miércoles, 15 de septiembre de 2010

La ruta de su evasión (fragmento), Yolanda Oreamuno.



"Siempre queda en algún árbol una hoja postrera, prendida a la rama por un milagro de resistencia inexplicable, y todas las mañanas, al pasar, formulamos una despedida porque tememos no encontrarla allí al día siguiente. Es tan frágil su aspecto, descomedida su posición, muerto su color, que no podemos explicarnos por cuál fenómeno se mantiene en su sitio invulnerable al viento, la escarcha y el frío. Simboliza el recuerdo borroso de lo que fuera en primavera y verano el ropaje del árbol; es la manifestación única de su antigua forma; la rúbrica de su linaje, el síntoma de su especie. Pese a todo lo precario que esa hoja solitaria representa, en su humildad, en su indefensión, tiene un noble elemento de fortaleza. Cada mañana la buscamos para comprobar en su delicado tallo o en el contorno de su cuerpecillo aterido los efectos de la intemperie, y repetimos la nostálgica despedida. Pero al verla de nuevo, inalterable y sola, nos preguntamos sobresaltados si resistirá todo el invierno allí. Tanta tenacidad anónima despierta en nosotros cierto elemento de sospecha ¿por qué resiste?, ¿irá a permanecer a pesar de todo?, ¿para qué su inmutabilidad?, y nos vamos acostumbrando a su presencia en el árbol frente a nuestra casa. Lentamente, con la familiaridad de lo inevitable, olvidamos la hoja fiel. Una mañana cualquiera ya no levantamos la cabeza para buscarla, ni nos despedimos de ella hasta nunca. Ha entrado a formar parte del paisaje inalterable, de ese paisaje permanente más allá de las estaciones y las temperaturas. Y muchos días después, casi sin pensar en ella, echamos una mirada descuidada que nos revela su ausencia. Se fue con el viento. Ya no está. Se fue sin despedida, sin adiós y sin lágrima. Tampoco dejó recuerdo. Simplemente se fue."

3 comentarios:

  1. Me quedé solo frente al rectángulo blanco. Solo como sospecho que he llegado y confirmo que me iré. Solo como el árbol.

    Solo, porque -acostumbrado a vaciarme en preludios- un vals me perfora como al hombrecito de Magritte, me dice tarde gris, me huele nube sin cielo.

    Solo. Era el plan. Ocupé la casa inundada por la ausencia de tu soledad. Sentí el piano. Intrusé tu espanto. Solo.

    Saludos y adioses.

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  2. Es el Amor. Tuvo que esconderse y huir.

    Dejarse era complicado. Abandonar el control remoto, tirarlo entre las sábanas y relajar el gesto era para las otras. Para Ella, no.

    No volvería a sufrir. No. Nadie la intentaría tomar de nuevo por idiota. No. Había resuelto que el mundo era el escenario donde la gente se dividía en Buenos y Malos. Y que Ella, exenta de maldades desde la concepción, cargaba el sino fatal de enfrentar a los más crueles.

    Hoy ya no.

    Se felicitó por la determinación.

    Sin embargo, el ceño fruncido la seguía vistiendo. Sola frente a la pantalla -como casi siempre- leía la nota del perverso ya sin turbaciones, pero con fastidio.

    Recordó entonces que esta no era la primera vez que resolvía un desencuentro de ese modo. Acaso habrían sido varias, aunque no estaba dispuesta a enumerarlas.

    El psicópata, ese que dispensaba cariños y retruques, estaba muerto y derrotado. Pensarlo le devolvió la sonrisa a los labios: con esa clase de gente (le pareció oir alguna vez a su analista) hay que evitar relacionarse.

    ...

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  3. Como costaricense me siento sobreorguloza del trabajo de Yolanda nos dejo mas que bellas palabras no dio la oportunidad de ser mujeres con voz, el libro de Sergio ramirez ¨La Fugitiva ¨sobre su vida me hizo reinventarme he interesarme aun mas por ella.

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